Es casi una vieja costumbre.
Mentir es una herramienta más.
Llevo años intentando cambiarlo,
pero está arraigado en mí.
He mentido durante años:
para quedar bien, para protegerme,
para proteger a alguien, para evadir el daño,
para decir que estoy bien, que no sé lo que pasa,
para decir que hoy no puedo quedar,
que no he pasado dos días sin salir de la cama,
para ocultar el dolor, para ahorrarlo.
Lo siento, he vivido siempre con pesos en los hombros.
El peso de lo que la gente dice, lo que la gente piensa, lo que la gente siente.
El peso de proteger a quienes debían protegerme, el peso de tragarme el miedo,
el peso de ocultar las cicatrices, el peso de ocultar mis complejos, el peso de no ser suficiente,
el peso de no hacer las cosas bien, el peso de no saber expresarme, de no poder expresarme,
de medir cada palabra porque no hacerlo desataba el infierno, el peso de las mantas al esconderme,
el peso muerto de una persona cargando todas sus responsabilidades en mi, el peso de tener diez años y la vida hecha pedazos, el peso de las amistades rotas, el peso de las amistades que no sientes merecer, el peso de la muerte, el peso del deseo.
Llevo años sintiéndome como Atlas, porque a veces parece que sujeto el mundo sobre mis hombros, tengo problemas de espalda (y ojalá fueran los únicos).
Y he tenido que mentir durante años.
Ocultarlo todo, proteger a todos.
Y he fallado tantas veces que siento que cada palabra que escribo es un puñal en mi garganta.
Y ha veces creo que ya he explotado del todo (aunque lo mío son más bien implosiones), pero siempre me sorprendo cayendo más.
Y sigo teniendo Miedo.
Y sigo siendo una mentirosa muchas veces.
Lo siento.
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