domingo, 31 de enero de 2016

Es ley de vida.

La primera vez que escuché esa frase pensaba que decía "es la i de vida" y no entendía cómo una vocal que en mi opinión siempre había parecido débil podía tener tanto poder como para justificar todo aquello que parecía justificar. La i era el motivo que permanecía cuando ya nadie podía hacer nada más allá de resignarse, la i de la palabra vida. No sé exactamente cuanto tiempo mantuve esa idea antes de darme cuenta de que en realidad estaban diciendo "es ley de vida". Entonces volví a ver la i como antes, una vocal débil y empecé a ver la palabra ley como una palabra pequeño con un peso enorme, porque también me di cuenta de que, a pesar de ser la más fuerte y la única inquebrantable, la ley de vida no era la única ley. Las leyes, me explicaron en el colegio, eran normas de un país o una comunidad que se debían respetar para convivir. La ley de vida es la ley de la naturaleza. Las personas mueren, la gente se va, los amigos se pierden... Todo eso es ley de vida.

Poppillos y poppillas del poppimperio

Que Hola somos unos poppillos ramdon y solo queremos decir "pene"

MrGroncer: "La mejor historia de la escritora más popular en Moruega"
Kirito5498: "Es basura.. Pero es la basura de una poppilla"

(Lo que sucede cuando permites que tus amigos tomen las riendas.)

lunes, 25 de enero de 2016

No quiero ir a otro funeral.

No quiero que siga sucediendo, a pesar de que sé de sobra que no puedo evitarlo. quiero volver a escuchar su risa, quiero volver a escuchar sus quejas, no quiero dejar de tener que quejarme de lo gruñón que es, ni siquiera quiero tener que dejar de quejarme del poco amor que nos dio.
No me parece bien. No quiero seguir echando de menos. ¿Cuántos más van a irse?
De los dos primeros, guardo mejores recuerdos de los que guardo de mi misma.Era tan pequeña la primera vez... Y ella era tan maravillosa. La segunda vez, lo supimos antes de que nos dijeran nada y fue horrible, durante minutos eternos tratamos de retener la esperanza, en vano. Y sigo llorando, no estoy segura de si alguna vez he dejado de hacerlo. ¿Por qué los mejores se van?

jueves, 21 de enero de 2016

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. 
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. 
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe. 
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato. 
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

martes, 19 de enero de 2016

Maldita sea. Detesto el bloqueo del escritor.

El bloqueo del escritor.

Hay tiempos en los que ni siquiera sé que es eso, soy productiva hasta decir basta dentro y fuera de mi cabeza (en lo que a escribir se refiere). Pero hay otros tiempos, a veces más o menos intensas, en las que yo soy "el bloqueo del escritor". Apenas sé como afrontar una hoja o una pantalla en blanco. Esto suele terminar o interrumpirse cuando estás teniendo un día de mierda o te sientes realmente mal. Teniendo en cuenta mi confusa montaña rusa interna tengo horas es las que podría ser un dios, literalmente, la parte negativa es que el hecho de estar tan destrozado en esos momentos no te permite hacer nada, excepto caer más y más en esa espiral de estúpido sufrimiento. No recuerdo donde fue, pero leí una vez que nuestras mejores obras salen de nuestros peores momentos, o al menos nacen en ellos. Creo que es cierto. Así que si tenemos esto en cuenta, el bloqueo del escritor tal vez no sea tan malo, ¿no?

miércoles, 13 de enero de 2016

Un banco de metal frente a una cara deformada.

Últimamente llego un par de minutos antes a casa, supongo que es porque corro tras un fantasma invisible al que ni siquiera me atrevo a mirar, temerosa de que tenga la mirada de Medusa o Cíclope. Pero mi persecución siempre resulta inútil, no sé por qué me empeño, desaparece en cuestión de segundos. Solía soñar con un jardinero entre plataformas de hierro rojo y portales a otro espacio. Solía pensar que entendía los actos y que no era tanto el dolor. A veces no distingo un sueño de una pesadilla, y disfruto y me aterro con ambos y voy en recaída de nostalgia y la misma foto de siempre, casi la única que refleja la época en la que éramos perfectos, la época en la que no tenía la necesidad de ser fuerte. Porque yo trepaba por los árboles y siempre tenía allí arriba mis dos mejores sonrisas. Y lo destrozamos todo. Y ahora las leyes del conocimiento me impiden acercarme y el mismo amigo de siempre me toma de la mano mientras tiemblo al recordar, mientras observo a escondidas y mientras me apresuro a desviar la mirada. Me veo forzada  a ceder el puesto en mi torre de control para no acabar muerta y enterrada bajo todos estos sentimientos, bajo el peso de saber que de un modo u otro he perdido mi lugar en un corazón y que en el otro lo mantengo a base de esfuerzo por ambas partes. Y no quería llorar. Dicen que este tipo de cosas pasan cuando creces, que la vida sigue y a veces se dejan cosas atrás, que con el tiempo dejan de importar. Pero las voces en mi cabeza dicen miles de cosas distintas y me aferran y me empujan al mismo tiempo. A veces me cuesta unos minutos recomponerme y volverme a construir.

domingo, 10 de enero de 2016

Caution Dips Ahead

Los seres humanos, por un motivo u otro ya sea externo o interno, evolucionamos. En cuerpo, creencias y personalidad. Hay personas en quienes los cambios son más bruscos o más notorios que en el resto. Y hay personas en quienes apenas se nota este cambio. En mi caso, yo misma veo los cambios al echar la vista atrás. A veces me avergüenzo al recordar ciertas cosas, aunque supongo que eso es algo que le ocurre a todo el mundo. A veces veo mis cambios como un violento choque y a veces pasan sin que me de cuenta, hasta que tiempo después veo el cambio. Y aunque es cierto que mis cambios muchas veces se producen por pura introspección, otras tantas están influenciados, enormemente, por mi situación externa, las personas que me rodean y lo que siento hacia ellas, por todas las cosas que aprendo o comprendo cada día. A veces el mundo me parece una explosión de continuas novedades. Por ese mismo motivo puede parecerme asombroso y aterrador.

domingo, 3 de enero de 2016

En ocasiones siento que no he agradecido lo suficiente a ciertas personas el que dediquen tiempo de su vida a formar parte de la mía. Tengo amigos que tienen los corazones más bonitos que he conocido, algunos de ellos, no todos. Y por esos es por los que más agradecida me siento, aunque no lo diga. Pero lo pienso en numerosas ocasiones, en las que yo sola he llegado a emocionarme al pensar en la suerte que tengo.

A veces olvidamos.

Olvidamos las cosas más puras y bellas de la vida. Encerramos las almas en las firmes paredes construidas con los números de la formalidad y la responsabilidad, paredes que al fin y al cabo son necesarias para vivir, que evitan que se nos caiga el techo encima, pero no lo son todo. Porque necesitamos ventanas en nuestras paredes. Y una puerta que nos permita salir de vez en cuando, para escapar a ese otro mundo, también necesario y mucho, mucho más tentador. El mundo en el que residen todas esas cosas que hacen que se agite tu corazón, que hacen que llores amargamente y también de alegría. Las emociones fuertes son las que están más allá de las paredes que nos traen quebraderos de cabeza y seguridad. Aunque no siempre es tan idílico como parece, al igual que no todos los sentimientos son felices, de eso se trata. De lo que a veces olvidamos.