viernes, 11 de junio de 2021

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Desde que era pequeña me gustaba ir a clase, porque era sinónimo de ver a mis amigos. Y me gustaba ver a mis amigos a diario. 
Cuando empecé la universidad tenía miedo de estar sola. Pero resultó que me seguía gustando ir todos los días a clase (e incluso a veces no ir) porque eso significaba que os veía todos los días.
Es una de las cosas que no me gustan de haber terminado, que os echo de menos (aunque no lo parezca, lo siento).
Sé que soy un desastre como amiga, pero estaré eternamente agradecida de haberme encontrado con vosotros.
Los momentos han ido y venido, pero habéis estado ahí en momentos que realmente lo necesitaba. 
Aún me entran ganas de llorar cada vez que recuerdo cómo llamaste al timbre y subiste a verme aquel día que ni siquiera tenías que estar aquí, y sacaste tiempo en medio de tus problemas para verme, porque sabías que me hacía falta. 
O cuando me tranquilizaste y me escuchaste cuando echa un manojo de nervios y alcohol dije cosas que no debería y reaccionaste de la mejor manera posible y estuviste a mi lado.
O de todas las veces que me has hecho sentir escuchada y apreciada y te has preocupado por mí y has tragado con mis monólogos y mis problemas. 
O de como siempre podía contar contigo para hablar de cualquier cosa y hacerme reír y sentir que puedo contar contigo para cualquier tontería pero también para lo importante.
O mirar alrededor de mi habitación y darme cuenta de que el mejor regalo de amigo invisible es el que me demostró que me esuchabais al hablar de mis gustos y mis tonterías, en el que pusiste tu cariño y tus manos y es un tesoro.

Y en realidad esto no es más que una representación de todo. Porque no sé cómo expresaros la totalidad de lo afortunada que me siento. Porque sois personas maravillosas, me habéis hecho sentir querida, apreciada, escuchada, apoyada y a salvo tantísimas veces que no tengo vida suficiente para poder daros las gracias.
Pero gracias, por todo.
Os quiero muchísimo.