jueves, 24 de diciembre de 2015

Querido amigo.

Tengo que agradecer el hueco de tu hombro que me sirve de refugio en las raras ocasiones en las que, torpemente, tratas de consolarme. Me siento bien al encontrar en ti la comprensión y la sinceridad que cada cierto tiempo necesito, como un cambio de aires. Y el hecho de contar contigo para las cosas buenas y las malas, en las que tantas veces somos parecidos, es algo que no quiero perder. Me siento idiota por haber pasado tanto tiempo sin disfrutar de lo que tu y yo solíamos disfrutar cuando empezamos a ser abandonados. Por la traición de uno y el desprecio de otros. Sonrío al recordar como tuvimos la oportunidad de conocernos mejor y de sentirnos completamente a gusto en la presencia del otro, aunque ahora tengamos que defendernos a hurtadillas y quedar cuando nadie nos ve. Porque, por desgracia y también por suerte, la vida nos a alejado en kilómetros y nos ha puesto a cada uno en un bando, a pesar de que tú y yo no somos enemigos. Somos los únicos eslabones pacíficos que quedan de lo que un día fue una sólida cadena. Los dos somos algo ingenuos y emocionales, sensibles y bastante nostálgicos. Pero nos las apañamos. Gracias por estar ahí.

Doble cara.

¿Por qué resulta tan difícil? El simple hecho de estar en su presencia a veces me aturde. No puedo evitar el mirarle de vez en cuando sin que se de cuenta y que me tiemblen las manos cuando me acerco demasiado. No soy capaz de mantener la mirada cuando mira en mi dirección y trato de obviarlo cuando no tengo más remedio que prestar atención a algo de su alrededor. Pero es difícil. Porque el trozo de mi alma, destrozada, que le pertenece no deja de gritar su nombre y lucha para acercarse. Y debo impedirlo, debo mantener las distancias y ser como un cubito de hielo.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Tacto

Mis manos recorren su cuerpo despacio, acariciando desde su frente hasta sus tobillos, deteniéndome a quitarle los zapatos. Acaricio sus pies con las yemas de los dedos, lentamente. Recorro la tela de sus vaqueros ajustados hasta llegar al botón que me separa de sus bellísimas piernas y desabrocho los botones que le siguen con el máximo cuidado. Hago los pantalones a un lago y me entretengo en besar sus rodillas y sus maravillosos muslos mientras mis manos se agarran a su cintura. Levanto la la vista hasta sus ojos y llevo una mano a su rostro para pedirle que los cierre. Dejo que mis dos manos fluyan bajo su camiseta y en apenas un instante en se han desecho de ella. Mis labios continúan el camino, con cientos de paradas en su vientre respondidas por sus escalofríos. Me detengo un segundo y escucho un ruego de sus labios. Me pongo en pie y los hago callar con los míos al tiempo que hago desaparecer la poca ropa que aún lleva. Uso un pañuelo para venderle los ojos y otro para atarle las manos. Susurro en su oído y se estremece bajo mi aliento. Mis manos pasean por sus hombros hasta sus preciosos pechos y marco con los dedos el camino que habrán de seguir mis labios. Me susurra, en palabras indecentes, que acelere. Y me detengo porque adoro torturarla. Ruega y desea que mis manos vuelvan a su cuerpo. Vuelven y escapa de sus labios un sonido obsceno. Paseo mis dedos por su monte, acariciando la flor, cuanto más me acerco al punto perfecto más se retuerce ella entre mis brazos. Dibujo círculos alrededor de su pasión y se muerde los labios, tratando de retener los gemidos en vano. Sonrío y sin poder resistirme mordisqueo con cuidado uno de sus pechos mientras deslizo, poco a poco, mi dedo en su interior. Tiembla todo su cuerpo mientras su corazón estalla contra mi pecho y me arrodillo frente a ella para pasear mi lengua por donde pasaron mis dedos que ahora se entretienen en su cueva. Noto que ceden sus rodillas ante los temblores y la hago retroceder un paso hasta la cama donde se tumba y me sitúo sobre ella, continuando mi tarea. Uno de sus puños sujeta con fuerza las sábanas. Subo el ritmo al ver el gesto y todo su cuerpo se agita, su respiración se vuelve pesada y sus gemidos se estrellan contra las paredes de la habitación. Noto el movimiento en su interior, no necesito que me lo confirme. Pero no me detengo y ella gime de nuevo mientras yo me adentro añadiendo uno más de mis dedos. La mano que me queda libre se aferra a su pierna, seguramente marcando el paso de mis uñas. Su cuerpo se agita bajo el mío una y otra vez. Cuando al fin me detengo y la libero suspira mi nombre entre los almohadones y cae en los brazos de Morfeo. Acaricio su frente y beso sus párpados, parece un sueño cuando duerme. Cojo mis cosas y salgo de la habitación. Su rostro dormido me mantendrá con vida ahora que no voy a volver a verla.