jueves, 24 de diciembre de 2015

Querido amigo.

Tengo que agradecer el hueco de tu hombro que me sirve de refugio en las raras ocasiones en las que, torpemente, tratas de consolarme. Me siento bien al encontrar en ti la comprensión y la sinceridad que cada cierto tiempo necesito, como un cambio de aires. Y el hecho de contar contigo para las cosas buenas y las malas, en las que tantas veces somos parecidos, es algo que no quiero perder. Me siento idiota por haber pasado tanto tiempo sin disfrutar de lo que tu y yo solíamos disfrutar cuando empezamos a ser abandonados. Por la traición de uno y el desprecio de otros. Sonrío al recordar como tuvimos la oportunidad de conocernos mejor y de sentirnos completamente a gusto en la presencia del otro, aunque ahora tengamos que defendernos a hurtadillas y quedar cuando nadie nos ve. Porque, por desgracia y también por suerte, la vida nos a alejado en kilómetros y nos ha puesto a cada uno en un bando, a pesar de que tú y yo no somos enemigos. Somos los únicos eslabones pacíficos que quedan de lo que un día fue una sólida cadena. Los dos somos algo ingenuos y emocionales, sensibles y bastante nostálgicos. Pero nos las apañamos. Gracias por estar ahí.

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