miércoles, 8 de diciembre de 2021

I think about the 90s

 Quería escribir. Pero más por necesidad y por el miedo de no hacerlo que por el hecho de escribir en sí mismo. Porque estoy empezando a hacerme una bola de cosas que no quiero ser.

 Han pasado muchas cosas, aunque en realidad parece que no ha pasado absolutamente nada. Pero llevo días con el ruido de fondo, con el peso del llanto en el pecho y con la sensación de que no he dejado de llorar en ningún momento. Y me molesta, porque de verdad he tenido muy buenos momentos. Y me han dicho que estos lo suficientemente bien, aunque no me han quitado el miedo.

 No sé cómo gestionar el hecho de que voy a pasar un cumpleaños, por primera vez en años, sin una de mis partes favoritas, y cada vez sueño más con ella. Y cada vez que lo pienso me siento de una manera diferente al respecto pero la verdad es que no quiero hacer nada porque no sabría qué hacer. Y hay una parte de mí que quiere olvidarse de una vez mientras otra está convencida de que nunca podré. Pero no voy a hacer nada, porque no me veo capaz, porque me da miedo.

 No sé cómo gestionar el malestar que siento. Hoy ha muerto mi abuelo, mi yayo. No sé cuántos años llevaba sin verle. La única persona con la que hablo es mi padre, y de aquellas maneras. Hay una parte de mi que quiere sentirse culpable, hay otra parte que lo hace y otra más que está tan enfadada que desearía no sentir la tristeza que siento por esto. No quiero ni siquiera saber cuándo es el entierro. No quiero ponerme la careta y agachar la cabeza y mentir otra vez. Aunque sí querría que las cosas fuesen diferentes.

 Me duele el pecho de agobio cada vez que pienso en el mundo y en todas las situaciones y en como tengo que sentirme afortunada y lo muy injusto que es, pero intento descartar ese tipo de pensamientos cuando los detecto porque no quiero hundirme. 

 Resulta fácil hundirme. Eso creo. Llevo años hundiéndome y saliendo a flote y tratando de nadar pero soy incapaz de coordinar mi cuerpo lo suficiente así que me hundo una y otra vez. He conseguido llegar a un punto en el que por lo menos veo la orilla y ya no quiero que me trague el mar todos los días, y ya no quiero desaparecer para siempre. Pero no ha dejado de ser difícil, ni duro. He avanzado mucho pero también me he vuelto más paranoica, puede que sea el efecto secundario de empezar a pensar que no tiene por qué ser todo culpa mía. A cambio ahora, de vez en cuando, creo que la gente que me quiere me odia.

 Parece que no, pero estoy bien. Solo necesito sacarme esto del cuerpo y dejar de sentirme mal y dejar de soñar con todas las cosas que me dan miedo y todas las cosas que me hacen sentir insegura. Solo necesito más tiempo para no hacer nada, para poder quedarme en la cama y encerrarme en mi cabeza pero sin los pensamientos que me abruman.

 Y no quiero que nadie venga corriendo a preguntarme qué me pasa, a ofrecerme su apoyo. Lo sé, lo agradezco, lo sé. Pero es que hay veces que simplemente no puedo. Y no quiero. Y también me preocupa la hora que es y el seguir despierta y no estar ni siquiera acostada porque tengo obligaciones todos los días y todavía no he aprendido a gestionar cierta vida.

 Solo quiero dormir. Hibernar. Meterme en la cama debajo de kilos de mantas y calor, rodearme de almohadas y peluches y no salir en mil años. Pero no lo hago. Porque sé que no debo, así que no puedo. Pero todo va bien. Todo va mucho mejor. Lo que pasa es que a veces el camino se me hace cuesta arriba. Pero por lo menos ya no siento que lo esté subiendo sola. Y por lo menos ahora la mochila no me pesa tanto.