viernes, 22 de abril de 2016

La Reina.

Quiero lo que es mío por derecho. Y puesto que vuestra única obligación es la de obedecer mis mandatos y servirme, vosotros me lo vais a entregar. Y más os vale no fallar en la tarea que os encomiendo porque en ella entran en juego vuestras vidas. Ahora ¡Id! ¡Traedme aquello que me pertenece! ¡Para que nadie jamás vuelva a osar decirse superior a mí! ¡Y que todo el mundo sepa que su lugar está bajo mis pies, pues no existe grandeza mayor que la mía en este mundo! Estas son mis órdenes y mis palabras. Este es mi mandato. ¡Id y servirme como debéis!

Explícame.

Qué demonios hay en tu cabeza. 
Qué le dices al viento. 
Cómo conquistas al sol.
Cómo duermes a la luna. 
Explícame de dónde vienes y a dónde vas.
Permite que me adentre esta noche en tu mundo.
Quiero conocer los laberintos de tus susurros,
el brillo de tus ojos y el tacto de tu espalda.
Quiero contemplar como le bailas al mundo,
como se arrodilla ante ti.
Quiero averiguar por qué, aunque lo intente,
mis ojos no se libran de tu rostro.
Deja que pase esta noche a tu lado, 
tratando de comprender los mil y un misterios, 
los cientos de preguntas,
los caligramas que crean tus pisadas.
Tal vez haya perdido la cabeza,
porque ya no soy capaz de pensar en la belleza sin pronunciar tu nombre.
Y ya no soy capaz de pronunciar tu nombre sin sentir terremotos.
Acéptame a tu vera tres instantes y cuatro momentos más.
Solo un poco más.
Porque ya no soy capaz de alejarme, 
porque he aprendido a nadar para cruzar el mar que nos separa.

Y yo, a cambio, voy a explicarte
como las mil cartas que puse a tu nombre
terminaron en el cajón de la cobardía.
Voy a contarte, en esta última, que nunca conocerá ese cajón,
como tu primera mirada secuestró mi alma.
Si me lo permites, te leeré todos y cada uno de los versos que fueron tuyos
desde el momento en que supe que no había sido un secuestro.
Ahora, soy valiente y me arrojo al acantilado de tu garganta,
aún con el miedo de estrellarme contra la negación de tus cuerdas vocales.
Pero ahora, he entendido que sin riesgo de caída no se aprende a volar.

jueves, 14 de abril de 2016

Escucha.

Voy a confesarte algo. Tal vez te sorprenda. Es probable que no me creas. Incluso llegarás a darme la espalda, así que tengo que pedirte, por favor, que me escuches. Por favor.  Sé que es díficil de comprender. Sé que te has esforzado para que este momento nunca llegase. Pero ha ocurrido y no puedes hacer nada al respecto. Me siento vivo. Terriblemente vivo. No te vayas, escucha. Siento tantas emociones distintas por dentro que ni siquiera estoy seguro de que sea real. Incluso se me acelera el latido del corazón. Y todo se mezcla dentro de mí. Estoy confuso, pero me parece maravilloso. ¿Por qué te esforzaste tanto en ocultarme todo esto? Nunca me he sentido mejor. ¿qué hay de malo en el terremoto que sacude mi pecho y mi estómago? Dijiste que sería doloroso, pero nunca he sido tan feliz. Maldita sea, nunca había sido feliz.

lunes, 11 de abril de 2016

En los tiempos que corren

Nos gusta exagerarlo todo y pasar de un extremo a otro. Defendemos a muerte causas que conocemos de un instante y nos molestamos poco en escuchar lo verdaderamente importante. Acudimos sin tardanza a lo soez y lo violento y si fallamos tal vez, solo tal vez, nos disculpamos después. Corremos a velocidad de vértigo desde el momento en el que aprendemos a andar y nos empeñamos en chocar contra el mismo muro mil veces con el firme propósito de derribarlo con el próximo cabezazo. Creemos saberlo todo, aunque no sepamos nada. Somos tozudos, desconsiderados e irrespetuosos. No sabemos apreciar nada y nos sobra tiempo para quejarnos.
Tal vez no sea cosa de los tiempos que corren.