miércoles, 12 de agosto de 2015

Clara

-Te he querido desde aquella mañana de invierno, Clara.
La historia no empieza así. El verdadero principio, al menos, el principio interesante, se remonta a antes de conocer a Clara.

Conseguí la beca en la universidad que quería. Mi madre se emocionó al saberlo y se puso a llamar a toda la familia para contarlo mientras lo publicaba en Facebook. Cosas de madres, supongo. Mi padre se limitó a darme uno de esos abrazos con palmadita en la espalda incluida, creo que significa "Estoy orgulloso de ti" o algo por el estilo. Y a pesar de que faltaban semanas para que me mudara a un pequeño estudio cerca de la universidad, empecé a preparar las maletas aquella misma tarde. Sí, estaba más emocionado que cuando me regalaron la bicicleta roja a los doce años.

Llegó el día. Mi primo Tomás, que tenía una camioneta, se había ofrecido a echarme una mano con la mudanza. Mi madre se emocionó, a pesar de que ya habíamos quedado para comer el próximo domingo. Mi padre tan sólo llevó un par de cajas hasta la camioneta y me deseó buena suerte. Durante los cuarenta y cinco minutos de viaje fuimos escuchando Bon Jovi, hasta entonces, no tenía ni idea de que mi primo fuera su fan.

Antes he dicho que este era el principio interesante, pero tal vez no lo sea tanto como me pareció en un principio. Bien, haré un resumen rápido hasta llegar al invierno.

El estudio, pequeño pero acogedor, fue perfecto desde el principio. Empecé el curso lleno de motivación, hasta que me topé con el profesor de alemán, un hombre antipático hasta con los gatitos. Encontré trabajo a tiempo parcial en una cafetería junto a la universidad, la jefa era la persona más amable y comprensiva del mundo. Allí conocí a Clara.

Era Sábado por la mañana. Mi turno empezaba a las siete y terminaba a  las doce. A las once menos cuarto, más o menos, mientras limpiaba una mesa, entró un ángel. Al principio no me di cuenta, estaba de espaldas a la puerta. Pero en cuanto me giré para atenderla... No sé como describirlo.No diría que fue amor a primera vista, no me gusta ese termino, pero, qué demonios, lo fue. En cuento la vi quise saberlo todo de ella. Estuve a punto de invitarla a salir en vez de preguntarle si quería el café solo o con leche.

Tras un café con leche y canela se marchó. Lo último que le dije fue "Que tenga un buen día". Pensé que hubiera sido genial haberle preguntado su nombre al menos. Pero volvió al día siguiente, y se lo pregunté cuando fui a llevarle el café. Y el lunes me levanté más temprano para ir a la cafetería antes de clase, por si ella estaba allí. Qué suerte tuve. Pedí un desayuno y me senté junto a ella en la barra. Y aquella fue nuestra primera conversación de verdad. Supe que se había mudado hacía sólo unas semanas, era reportera en el periódico nacional desde hacía dos años y le encantaba la canela. Claro que yo también le hablé sobre mí, pero apenas escuchaba mis propias palabras. Todo cuanto veía y oía era ella. Hasta que Natalia, la dueña, me advirtió de que se me hacía tarde. Me despedí de las dos y me fui, mirando atrás con tanta frecuencia que tropecé al menos dos veces.

Fueron como dos meses de vernos sólo en aquella cafetería. Hasta que me atreví a dar el paso de invitarla a salir. A la feria del libro, con la excusa de que a ambos nos gustaba la literatura. La noche anterior apenas pude dormir, estaba nervioso. Me sentí como un idiota, ya había tenido citas antes, mucho más formales que un paseo por la feria del libro. Era el amor lo que me hacía sentirme así.

Llegué una hora antes, quería decírselo aquel día. Quería decirle que la había querido desde aquella mañana de enero. Que no podía pensar en nada que no fuera ella. Y practicaba en susurros hablándole a una farola "Te he querido desde aquella mañana de invierno, Clara". Pensaba decírselo en cuanto llegara.

Y esperé, poniéndome cada vez más nervioso, andando en círculos. Y la hora se esfumó en lo que pareció una eternidad. Pero Clara no llegó. Las cuatro horas siguientes la busqué, pero ella no estaba ahí. Tampoco apareció al día siguiente en la cafetería, ni el resto de la semana. Natalia no sabía nada de ella. Al cabo de un mes fui a las oficinas del periódico nacional. Nadie supo o quiso decirme nada acerca de Clara, según ellos. Nadie con ese nombre trabajaba allí. Sí, debí haberle pedido su número, su email o alguna otra forma de contactarla. Fui un idiota, ¿no es cierto? Supongo que enamorarte te hace volverte idiota.

Y me aferré como el idiota que era, como el idiota que soy, a la idea de que iba a volver a verla. Y volví a la feria del libro al año siguiente, y no dejé que pasara ni un solo día sin desayunar en la cafetería. Pero Clara no volvió a aparecer. Fue como si nunca hubiera existido.

Sigo desayunando en la cafetería, pero ya lo hago por costumbre. Sigo yendo a la feria del libro, porque me gusta. Sigo pensando en Clara, porque aún la quiero. Pero Clara ha desaparecido. Ahora ya sólo es un bonito sueño que tuve durante unos meses.

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