miércoles, 29 de abril de 2015

Desvariando

¿Cuantas veces puede morir una persona? No me refiero a la muerte del cuerpo, al fin de la vida. Me refiero a otro tipo de muerte. Ni siquiera sé muy bien a que me refiero. He muerto ya un millón de veces, y he renacido otras tantas. Moría cada vez que sentía escalofríos de magias pequeñas, a veces de magias falsas. Renacía cada vez que recuperaba el calor, con otra magia, de otro color. Un color nuevo en cada muerte, en cada nacimiento. Tengo la sangre llena de tonos que ni siquiera conozco. Colores invisibles que mi corazón bombea. Sé que están ahí, aunque cuando sangre no pueda verlos. Los veo cuando muero y cuando renazco. Al igual que veo la luna cada noche y el sol cada mañana. Tengo que admitirlo, a veces cometo suicidio, busco los acordes que producen escalofríos, busco las voces que rozan el alma, busco los recuerdos que estallan. Muero. Y aparecen todos los colores, y sé que voy a olvidarlos cuando renazca, pero no importa. Moriré y renaceré. Y lo haré siempre. Y no lo haré nunca. Los colores son invisibles para los vivos, y también para los muertos. No estoy desvariando. Aunque sí que lo hago, constantemente. Todo esto no san más que desvaríos. Porque la magia existe. Porque provoca escalofríos. Porque sí. Sé que puedo volar, pero si me lanzo desde un tejado caeré. Maldita gravedad. Presta atención, te has enamorado de mí. Ahora haz la cuenta, sentado cómodamente en tu mesa del Eolio y verás que es cierto. Aunque no tengo el pelo rojo como el fuego. ¿Alguien esperaba coherencia? Nunca dije que esto fuera un texto. Tengo cadenas de colores. Es algo así como auto-hipnosis. Pero no tiene nada de auto ni de hipnosis. Siglos de alas destrozadas, desiguales, inútiles. Siglos de guerras. Siglos sin paz. Siglos de silencio, crueldad, amor, de gritos desgarradores, de muertes sangrientas, de pasados, de ausencia de pasados, de ausencia de futuros, de presentes muertos y olvidados en presente. Lagos de lágrimas. Hice una montaña con todas sus sonrisas. Caí por un precipicio de buena suerte. Olía a Plo. Lloré de alegría cuando la tormenta destrozó diez mundos. Tengo mil nudos en la garganta y un ancla en el estómago, también mariposas y un arquitecto. Creé de la nada y sangré toda esa vida. Maté sin pensarlo y lo pagué en ojos. Contemplar la bombilla de luz amarilla crea círculos de colores en medio de las cosas. Juré solemnemente respecto a mis intenciones sólo para conocer el mapa. Me guardan de los sueños un fantasma, una flor y una camada. Mis últimas pesadillas han sido destructivas. Tuve miedo en el mundo que creé. Otra guerra. Más muerte. Será la edad. Será la suerte. Las baldosas equivocadas, tal vez. Aprendí a encogerme hasta desaparecer. Aprendí canciones y palabras. La maldita sensación en el pecho. ¿Qué es el odio? Tuve miedo. Miedo, Miedo. "Nunca estarás sola". Perdí esperanzas, y a un hermano que nunca lo fue. Va a estallar, lo juro. "Juro que lo pesqué yo". Quise comprender las almas rotas de las mentes rotas. Quise romperme igual. Nunca entendí los sueños. No sé si quise ser normal o diferente. No sé quién fui. No sé cuantas fui. No nací de un cuento. Pero fueron mi alimento francés. La psicóloga y yo hablábamos de Milo. Recuerdo la más cruel de las sonrisas. No sé si soy fuerte o débil. Ambas cosas. Olvido, aunque no quiera. Escribo como poseída. Escribo porque vivo. Escribo. No hago arte. Etra. A medianoche toda locura es poca. Recuerdo cuando. Ahora es el estómago, o tal vez la garganta. Realmente no importa, todo el cuerpo. Puedo seguir por siempre. Puedo seguir nunca. La calma es el viento. Aquí no hay corriente. Los lugares altos gritan. No conozco mi nombre. Duerme.

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