lunes, 20 de enero de 2020
Estirando
Quería escribirte para hablarte de ti, pero la música ha cambiado y no sé cómo decirte todo lo que eres ni lo mucho que te he echado de menos o lo mucho que me dueles, de tantas formas. Así que no voy a escribirte, voy a destrozar los sellos y tachar el remitente para asegurarme de que esta carta no sea capaz de abandonar este cajón, justo como solía hacer hace años, cuando le escribía con lágrimas. O podría no escribirle tampoco, y en su lugar llenar otro cuaderno de arañazos y de tinta bañada en sangre porque llevo toda una vida aterrada y arrastrando medio árbol porque no puedo librarme, aunque tal vez no quiera, de mis sus malditas raíces. Y supongo que todo el mundo merece una segunda oportunidad, ¿cuántas debería darle? ¿cuántas debería darme? Y podría ir un poco más allá, probar un tipo más inusual de dolor y escribir desde un corazón roto y un cerebro destrozado, que no sé quién soy y que a veces me creo que no me quieres, que no me entiendes, que no valgo la pena y que soy la mochila de la que deseas deshacerte, ya lo he dicho, tengo el cerebro destrozado. Y es un poco triste, que después de dos semanas buscando el lado bueno y escribiendo sobre amor y tratando de hacer los deberes, llegue hoy la madrugada para asegurarme que quien no me abandona soy yo misma y que eso, esta noche y tantas otras, no es algo positivo. Pero al menos he conseguido arrancarme unas cuantas palabras, escribirme un poco a mi misma mientras me reviento los tímpanos solo para amortiguar el sonido de mis pensamientos. Tal vez otro día pueda volver a la ficción.
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