Porque nuestros problemas no coinciden. No tenemos las mismas prioridades. Y somos distintos.
Cuando te sobrecargas provocas una explosión que no deja supervivientes. No hay consideración, no hay piedad, no hay empatía.
Cuando yo me sobrecargo implosiono. Me debato entre seguir tu ejemplo, echar mi empatía a la basura y desgarrar al mundo con mis crueles sentimientos. Aunque suele tender hacia el otro lado de la balanza, como me ha enseñado la experiencia. Beber agua, destrozarme los carrillos, tratar de controlar las palabras de mis ojos y olvidar. Soy una profesional de la segunda puerta.
Todos podemos llegar a comprender si se nos explica. Pero no das lugar a la explicación, alcanzas en fracciones de segundo el máximo volumen y culpas a todos, culpas incluso de lo que a veces pecas.
Y aún así no te culpo, esas cosas solo pasan cuando explotas. Lo que últimamente es una rutina. Al igual que has añadido amenazas implícitas a tu repertorio de chantajes. Que por mucho que quieras negarlo es tu fórmula.
Y hasta cierto punto puedo comprenderlo. Supongo que mi comprensión llega más allá de la tuya, lo deduzco cuando en mis sonrisas desesperadas que gritan por auxilio respondes con puñaladas casi amables.
Aunque hay cosas que no comprendo. Como el por qué sigues diciendo (o al menos solías hacerlo antes de llegar a esta etapa) que sea sincera y exprese lo que siento. Pero las pocas veces que lo he hecho en situaciones delicadas al final solo ha servido para que devuelvas mi sinceridad en heridas de bala.
La experiencia de ambos me enseñó a mostrar a cada quien la cara que desea ver, a reprimirme. Me volví tremendamente débil, aunque intentaba disimularlo. Me he arrepentido de demasiadas cosas en mi vida, demasiadas han sido insignificantes. He terminado idealizando al hermano que nunca fue mi hermano simplemente porque estuvo allí cuando lo necesitaba y dejó caer sobre mi su encanto, y sigue faltándome porque soy una idiota. Caí en la trampa de alguien que no era mi amigo, porque parecía apreciarme, porque decía de mí cosas que me gustaba oír. Me ha costado siglos querer a alguien incondicionalmente sin tener miedo a cada minuto. Miedo. Todo esto, todas las cosas que escribo y nunca vas a leer. Me arrastraste hasta el maldito psicólogo para que me destrozara a mí misma con una receta de por medio. No te culpo por todo. No. No quiero culparte por nada de eso. De verdad que no quiero culparte. Pero ahora que he dejado los malos hábitos y no puedo caer en culparme a mí misma por todo, ¿Qué debo hacer con los pedazos de mi corazón? Esto se alarga porque estoy perdida. Me siento atrapada. Sé que saldré, porque no es la primera vez y desde luego no es la peor. Pero por ahora quiero quedarme aquí, mientras no puedas darte cuenta, mientras no mires, quiero quedarme en este rincón oscuro y triste de mi misma, al menos diez minutos. Quiero creer de nuevo que tengo derecho a sentirme mal. No quiero sentir de nuevo el peso sobre mis hombros, no quiero ninguna de sus variantes. Quiero abrirles ahora la puerta a esas otras versiones de mí misma que me aterran y me disgustan, a mí y al mundo entero. Quiero mis diez minutos de desatarme y volver a no entenderme. Volver a dejar que mil emociones distintas rueden por mi cabeza. Quiero, durante diez minutos, volver a sentir que el futuro no tiene importancia, que ni siquiera existe. Prometo volver a ser la parte cuerda de mí después. Prometo volver al mundo real. Prometo alejarme del precipicio de mi propia demencia. Solo quiero diez minutos.
viernes, 30 de diciembre de 2016
martes, 20 de diciembre de 2016
Frustración.
jueves, 8 de diciembre de 2016
Mejor no hablemos de todas las cosas que no voy a contarte.
No hablemos de cómo creemos que seguimos entendiendonos, cómo creemos ya no comprendernos.
Ignoremos el hecho de que nos evitamos a propósito porque nos atraemos por accidente.
La verdad es que te he odiado a los cuatro vientos mientras te quería en la brisa.
Supongamos que no sabes nada al respecto, que ignoras que cuando soy débil alargo mi camino con la esperanza de enredarme en el tuyo.
Quiero decirte mil verdades y todas sus mentiras.
Y al mismo tiempo me muero por alejarme de ti y que nunca me encuentres.
Pero que me encuentres.
Mejor no hablamos de todas las cosas que no voy a contarte.
martes, 6 de diciembre de 2016
Derecho a quejarse.
La gente te decepciona. Todo el mundo, de una forma u otra. Solo que algunas de esas decepciones no importan tanto como otras. Todo el mundo es hipócrita alguna vez, algunos más, algunos durante más tiempo. Tú mismo, has decepcionado, has sido un hipócrita. Empecemos por aceptarlo. Podemos quejarnos de los demás, porque nos fallan. Pero también se quejarán de nosotros cuando no estemos escuchando. Porque seguro que nosotros, aunque no lo veamos, también le hemos fallado a alguien. No podemos ser perfectos, nadie puede. Tenemos todo el derecho a quejarnos, aunque para eso podríamos esperar a intentar ser un poquito mejores de lo que somos ahora.
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