viernes, 23 de junio de 2017

Recaída.

Supongo que es parte de la gracia que tiene la vida, de ese humor seco que esparce y que no desata sonrisas. Te hace creer que todo va bien, pone un camino de flores a tus pies, te sonríe. Te saca de la tensión del no ser capaz de hacerlo y te ofrece un respiro, una frase de ánimo, te convence de que lo peor ha pasado, de que todo ha terminado. Y justo en ese momento, justo cuando empiezas a confiar de verdad y eres capaz de echar a correr de nuevo, cuando crees que tienes las riendas de tu vida en una mano y tu felicidad en la otra, es ahí cuando ataca. Llega, casi sin que te percates, cruel y repentina y te clava sus puñales en la espalda. Te empuja escaleras abajo, al punto de partida o a una casilla aún peor. Se bebe tus lágrimas de desesperación y ríe ante tu patética posición. Y crees que todo ha terminado, porque cada vez que intentas trepar de nuevo vuelve a cortarte la cuerda, desgarrarte las alas, morderte los tobillos.
Y puede que sí, que tenga razón, que ese sea tu lugar, el pozo de oscuridad que nunca deberías haber abandonado. Aunque claro, también puede que se equivoque y seas realmente capaz de volver a la cima y ocupar el que verdaderamente es tu lugar. Quién sabe.

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