Nos estamos quedando sin tiempo y sin ganas.
Y me estoy quedando sin palabras.
A este paso voy a quedarme sin folios, te he escrito ya mil cartas, tengo la papelera llena.
La tinta emborronada y el mismo final amargo en todas ellas, como si no pudiese evitarlo.
Tal vez no pueda.
Puede que nos hayamos quedado encerrados en este bucle sin fin de apatía y malas miradas y menos palabras. A lo mejor por eso ya no sé cómo escribirte, he gastado todas mis palabras en cosas que no te he dicho, me pregunto si te pasa a ti lo mismo.
¿Cómo es posible que hayamos pasado de tener nuestro propio idioma a no poder siquiera traducirnos?
¿Cómo es posible que hayamos pasado de estar tan unidos a ser desconocidos?
Son preguntas estúpidas. Las hay más importantes.
¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Cómo pudiste hacer todo lo que hiciste?
He abandonado ya la esperanza de tener una respuesta. He abrazado la idea de que hay algo de inocencia en ti, aunque sea para permitirme dormir por las noches.
Y no, no te he escrito ninguna carta, porque suficiente tengo con el Miedo, las pesadillas y los traumas. Suficiente tengo.