Esta es la historia de un hada dulce. Una historia recuperada del recuerdo de unos folios manchados con letras.
No recuerdo su nombre, pero sí el brillo y la alegría de sus ojos. No recuerdo cuando ni por qué nació, pero sí sus primeros aleteos, a escasos centímetros del suelo y con tanta felicidad.
Un hada dulce, por su inocencia, por su sonrisa, por su bondad. Porque no conocía la maldad.
Pero la maldad existía, no allí, pero sí en las hadas. No todas las hadas eran dulces, la mayoría lo eran, pero también había hadas amargas.
Como no recuerdo su nombre la llamaré Dulce esta vez.
Todo empezó el día que Dulce voló. Ya había volado antes, aquellos escasos centímetros, antes de que sus alas tuvieran la fuerza para levantar su cuerpecillo más de unos segundos. Pero aquel día, por fin, iba a volar, volar de verdad.
Las hadas tienen un ritual, algo sencillo, cuando sus alas alcanzan el tamaño y fuerza necesarios y la gran luna llega, llevan a cabo su primer gran vuelo. No tienen un destino específico, se trata de liberar por fin las alas y volar hasta el amanecer, para regresar al hogar junto al sol.
Las alas de Dulce habían crecido, y la gran luna casi había llegado. Dulce esperaba su luz blanca dando pequeños saltitos, ardía en deseos de volar.
Y la gran luna llegó. Y Dulce voló.
Y aquella noche vio los árboles desde arriba, adelantó a las aves nocturnas que encontró y cerró los ojos para disfrutar de la velocidad de sus alas.
-¡Cuidado!
Dulce abrió los ojos de repente y frenó su carrera deteniéndose en el aire - lo cual no era tan fácil como hacían ver el resto de hadas -. Frente a ella había otra hada con cara asustada.
-¿Qué ocurre? - preguntó Dulce sin comprender nada.
-Ibas a toda velocidad, con los ojos cerrados - explicó la otra- ¡Por poco me derribas!
Dulce se ruborizó y murmuró una disculpa que la otra aceptó, y tras ello se presentó con el nombre de Wann. Dulce y Wann volaron juntas aquella noche, no era el primer vuelo de Wann, así que puedo enseñarle muchos lugares a Dulce aquella noche. Y en lo alto del mismo árbol en el que se despidieron con las primeras luces del sol, se citaron para la luna siguiente.
Y volvieron a verse aquella luna. Y volvieron a verse mil lunas más. Y cada vez que Dulce llegaba al árbol y veía de lejos el resplandor de las alas de Wann, la felicidad la llenaba. Se sentía cada vez más unida a ella. Las lunas que pasaba con Wann valían más para ella que mil soles azules.
Pero una noche Wann no acudió a su cita. Al principio Dulce pensó que llegaba tarde, pero luego empezó a preocuparse. La blanca luz de la luna se debilitaba y no había rastro de Wann. Y cuando el alba llegó Dulce tuvo que marcharse, preocupada por Wann. Tres lunas más, lo mismo ocurrió, y la preocupación de Dulce creció y creció. Pero, al fin, la quinta luna, Wann apareció de nuevo. ¡Cuanta felicidad sintió Dulce! Se lanzó a abrazar a Wann y contuvo lágrimas de alegría. Le acarició el pelo mientras le decía lo preocupada que había estado esas cuatro lunas. Y entonces llegó la pregunta:
-¿Qué te ha pasado, Wann? ¿Dónde has estado?
-Estoy bien, Dulce, no te preocupes por mí.
Tal vez Dulce no lo notó porque estaba demasiado alegre, o porque confiaba plenamente en Wann y la creía cuando decía que todo estaba bien. Pero aquella noche Wann no era la misma Wann. Sus ojos habían cambiado ligeramente. No, no eran sus ojos, los ojos eran sólo la ventana, el reflejo. Lo que había cambiado era su alma. Wann ya no era la misma Wann, en cuatro lunas su alma había cambiado. Pero Dulce no lo notó.
Y las lunas juntas siguieron pasando. Wann y Dulce, Dulce y Wann. Aunque tal vez aquella no era la misma Wann. Y una noche, al llegar Dulce, Wann estaba allí, pero se estaba alejando. Dulce la llamó por su nombre, cuando Wann se giró le hizo un gesto con la mano "Ven".Dulce trató de alcanzar a Wann, pero volaba muy deprisa, así que Dulce sólo podía batir sus alas tan rápido como podía para no quedarse atrás. Wann no se giró en todo el trayecto, a pesar de las constantes llamadas de Dulce.
Huye Dulce, escapa. Esa no es Wann, no es a quién quieres. tu Wann ya no está. Huye Dulce, escapa.
Wann aterrizó en un pequeño claro, oscuro debido a que las largas ramas de los árboles de alrededor no dejaban pasar la luz.
Está demasiado oscuro, Dulce. Sabes que no son sólo los árboles. Está demasiado oscuro, Dulce.
Dulce aterrizó segundos después, jadeando por el cansancio, se permitió deslizarse hasta el suelo.
-Wann, ¿por qué me has traído aquí?
Wann no dijo nada. Una silueta oscura se acercaba hacia ellas.
Huye. Dulce, Dulce, debes escapar. Dulce, Dulce, no te dejes atrapar. Huye.
La silueta paró frente a Dulce. Seguramente era el hada más hermosa que había visto jamás, sus alas oscuras se movían delicadamente cuando caminaba, sus ojos claros se clavaban en los de Dulce haciendo que no pudiera apartar la mirada. Wann se acercó al hada y se arrodilló junto a ella.
-La he traído para usted.
Oh, Dulce, pequeña e inocente Dulce. Has caído en la trampa. Oh, Dulce, tu inocencia se perderá.
Dulce no entendía nada, la desconocida ahora sonreía, pero su sonrisa hacía que una sensación nueva recorriera a Dulce de arriba a abajo: el miedo.
Cuando entre en tu alma será tarde. Ya no volverás a ser la misma Dulce.
Dulce se sentía paralizada. Sentada en el suelo, tal y como se había dejado caer tras aterrizar, aún jadeando. Incapaz de reaccionar. El hada hermosa avanzó hacia ella, se agachó frente a Dulce y tomándola de la barbilla levantó su rostro mientras posaba la otra mano en su mejilla.
Los ojos de Dulce dejaron de ver. Y entonces comprendió. Wann la había traicionado, la había llevado allí como un perro que lleva una presa al cazador. Ella era la presa. Entonces llegó el dolor. No era el tipo de dolor que Dulce había sentido otras veces cuando chocaba contra las ramas o se torcía el tobillo al aterrizar bruscamente. Ese dolor provenía de su interior, como si la estuvieran devorando desde dentro. Y la estaban devorando. Pero ser devorada no era lo peor para Dulce, lo peor era Wann, lo peor era su mirada desde el lugar donde se hallaba arrodillada. No movió ni una sola pestaña, y para cuando los ojos de Wann parecieron reflejar un ápice de tristeza, Dulce ya había sido completamente devorada por el hada amarga. Amarga, el hada malvada, que se relamía saboreando el alma que acababa de devorar, mientras el cuerpo de Dulce yacía en el suelo, vacío.